Una tarde, en el tren de regreso a casa, un ángel se cruzó en mi camino. Pero no era un ángel del cielo, sino uno de la tierra, de la vida cotidiana.
Sentada junto a la ventana, observaba mi reflejo en el cristal oscuro cuando, de repente, dos chicos se sentaron cerca de mí. Sus ropas peculiares y su apariencia provocaban en los demás una mezcla de miedo, recelo y curiosidad. Llevaban un cigarrillo a medio encender y hablaban en voz alta, acompañados por música que parecía marcar su propio ritmo.
Aunque su presencia inquietaba a los demás pasajeros, para mí resultaba fascinante, casi mágica. Uno de los chicos se sentó a mi lado, mientras el otro ocupó el asiento frente a mí. Este último atrapó por completo mi atención: su manera de moverse, sus gestos al compás de la música lo sumían en una especie de trance que parecía contagiar la energía del vagón.
En un momento, le hizo un gesto a su compañero para que subiera el volumen. Al instante, dejó que el ritmo lo absorbiera por completo. Yo lo observaba, hipnotizada por su expresión y por cómo su cuerpo parecía fundirse con cada nota.
Con los ojos cerrados, él no se dio cuenta de que lo miraba, pero cuando los abrió, nuestras miradas se encontraron. Sonreí, y sin pensarlo, empecé a seguir su música con mis propias manos. Él sonrió también y asintió, como si hubiera una conexión silenciosa entre ambos. Moví los brazos al ritmo de la melodía, y él me siguió, como si estuviéramos compartiendo un pequeño baile en ese tren.
—Te gusta mucho la música, ¿verdad? —le pregunté, todavía moviéndome al compás.
Me ha salvado. Sin ella, no sé dónde estaría ahora….
—Sí, muchísimo. Me ha salvado. Sin ella, no sé dónde estaría ahora —me dijo con una sinceridad que me sorprendió.
—¿Cuál es tu nombre? —me pregunta con curiosidad.
—Aura —le respondo.
—El mío es Ángel —dice, con una sonrisa que ilumina su rostro.
Sonreímos los dos, y su amigo también se sumó al momento. Con nuestras manos dibujamos un corazón en el aire, compartiendo un gesto simple pero lleno de significado. Le dije, con la misma emoción: —Yo también amo la música.
Nota del Autor
Categoría: Relatos Cortos. Historia de Real. Inspirada en la pasión por la música.
Nota de referencia: La música mejora la autoestima y la motivación, reduce el aislamiento y la ansiedad, aumenta el interés por el entorno y favorece la socialización. Además, alivia el dolor y disminuye el riesgo de recaídas.
Temas:
Musicoterapia/Optimismo/Inspiración/Bienestar/emociones